A través de las sensibles páginas de Desde el Viaducto, Hugo Noël Santander Ferreira nos invita a respirar el aire que cruza el Viaducto Benjamín García Cadena, ese puente de concreto que no sólo une las montañas de Bucaramanga, sino que sostiene el peso de una memoria silenciada. Esta obra se basa en hechos y memorias reales, estilizados con recursos literarios; algunos nombres y rasgos han sido alterados; es un testimonio rescatado del olvido, tallado con la precisión de quien ha mirado de frente el abismo incomprensible de Colombia sin perder la dignidad. La infancia de Marco Saint-André no es solo suya: es el espejo de una generación que creció entre los prejuicios castrenses de una educación que castigaba más que enseñaba y el eco de las quebradas de la impunidad, donde los secretos familiares se entrelazan con la historia violenta de un país.
Santander, con su terquedad y orgullo, está presente en cada detalle: el vaho a tierra húmeda tras el aguacero, el sabor de las papas chorreadas en la Escuela Rufino José Cuervo, el rumor de conversaciones filtrándose por las paredes de casas coloniales. Esta novela, tejida con la urdimbre fina de un narrador de novela negra, es una exploración íntima de cómo se forja la identidad entre el amor y el castigo, la lealtad y la traición. A través de los ojos de un niño que cuestiona lo que nadie en Colombia se atrevía —la hipocresía como estrategia de supervivencia, la educación como campo de batalla, la familia como refugio y trampa—, descubrimos los hilos invisibles que tejen nuestra sociedad. Los personajes no son inventados; son seres de carne y hueso que caminaron estas calles, espejos de nuestros parientes, cuyas voces aún resuenan en los patios del barrio El Diamante.
Como su esposa y compañera en este viaje creativo, he sido testigo privilegiada de cómo Desde el Viaducto brotó de las profundidades de Hugo, no como un relato, sino como un exorcismo poético disfrazado de prosa. Con una pluma afilada por años de introspección y estudio, desentierra las raíces de una saga personal —su lucha por leer, crear y escribir— que se ramifica en el caos de La Violencia, con ecos de traiciones ancestrales y la búsqueda de un equilibrio precario entre el caos y el orden divino. Corregida con el rigor de quien pule un diamante en bruto, esta obra no es solo la crónica de un niño marcado por el dolor y la injusticia —ese Marco que navega entre duendes imaginarios, balas reales y novenas que invocan arcángeles—, sino un espejo para nuestra nación herida.
Aquí, el Viaducto trasciende su materialidad; es la metáfora viva de las alturas desde las que caemos, impulsados por rencores heredados o salvados por un azar providencial. Hugo entreteje la crudeza de los hechos históricos —los chulavitas, las masacres políticas, las venganzas que se pudren como gangrena— con la ternura de lo cotidiano: un patio de juegos infantiles, una mudanza que promete renacimiento, una vieja camioneta Chevrolet turquesa amenazada por el decomiso, o el frío consuelo de una losa que abraza mejor que algunas madres. Como poeta, admiro la cadencia oculta de sus palabras, que fluyen como un río subterráneo cargado de sombras y destellos de luz. Hugo no moraliza; observa con la distancia de un agrimensor que mide no solo tierras, sino almas, encontrando redención en la gracia sutil que transforma el sufrimiento en testimonio.
Desde el Viaducto pertenece a esa estirpe de novelas donde la memoria, y su nostalgia, son un acto de justicia. Marco camina las calles de los setenta como quien atraviesa los estratos de una conciencia colectiva: la de una Colombia que quiso educar sin redimir, castigar sin entender, medir sin ver el alma de la tierra. Desde su nacimiento suspendido entre la clínica y el limbo hasta la aparición del cuerpo de Milton, la obra traza una cartografía de la incomprensión y la inocencia, un mapa moral donde el padre agrimensor, la madre maestra y el hijo inquieto componen un tríptico de país. Como en Oliver Twist, Los miserables, El tambor de hojalata o Las cenizas de Ángela, la infancia es un prisma para mirar la historia: el país se ve mejor desde el pupitre castigado que desde la silla ministerial. Marco aprende que la escuela, como la patria, distribuye privilegios según el apellido o la conducta; que “la letra con sangre entra” no es metáfora, sino sistema; que la humildad se enseñaba con tiza. Bajo su realismo, la novela es una tragedia moral: cada virtud trae su condena, cada pureza su caída.
Y, sin embargo, hay ternura. En la mirada que rescata gestos mínimos —una madre planchando uniformes al amanecer, un niño dibujando quebradas, un padre reparando su Chevrolet turquesa— late una fe obstinada en la belleza de lo sencillo, en la capacidad del amor para sobrevivir al miedo. El Viaducto no es solo el lugar del crimen y el mito: es el punto donde el alma se asoma para medir la distancia entre la vida y su sentido. He leído esta novela como se escucha un corazón antiguo: con gratitud, con temor, con amor. Cada escena está escrita con una mano que mide, como la del padre, y otra que acaricia, como la de la madre. Marco —ese niño que pregunta como filósofo— es la voz de quienes miramos a Colombia desde el borde de sus abismos, buscando sentido entre la niebla del recuerdo.
Desde el Viaducto no sólo cuenta una infancia: la revela. Nos recuerda que crecer es un verbo que duele, que cada generación hereda no la tierra, sino las líneas torcidas que alguien trazó sobre ella, con leyes y normas morales que nos doblegan hasta que un texto, como este, nos despierta del letargo con llanto, impotencia y esperanza. Al final, comprendemos que el perdón —ese que tía Lucía reclama y Marco practica— no es renuncia, sino una forma superior de justicia.
Diseñar su portada fue vestir un sueño compartido; leerla, un acto de amor que nos une más allá de las páginas. Que este libro sea para ustedes, lectores, un Viaducto hacia sus propias profundidades, donde el pasado no se entierra, sino que se ilumina. Porque toda gran novela es eso: un puente levantado sobre el abismo del olvido.
Leyla Tobías de Santander
Bucaramanga, 2025
"Desde el Viaducto", Novela, será lanzada el 13 de Noviembre de 2025 en la Casa de Bolívar, sede la Academia de Historia de Santander, a las 6pm.
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