Sunday, September 22, 2013

Procesos de Simbolización


Si bien es cierto que vivimos en un universo de símbolos, no lo es menos que cada símbolo se supedita a su construcción, su jerarquización y su destrucción de acuerdo a las variaciones de los deseos sociales y/o individuales.
An enchanter of serpents, still a symbol of India
La modelo, el inconforme, el bohemio, el santo y la guerrillera no son en realidad opciones de vida, sino símbolos que adquieren o pierden su brillo de acuerdo a la intensidad de su representación en los medios de comunicación. Dichos símbolos se imponen primordialmente como una síntesis absoluta; el significado, en efecto, acaba calcificándose, excluyendo las interpretaciones derivadas de su análisis. El símbolo de Juan Pablo II como líder del catolicismo, verbigracia, se impone sobre cualquier otra definición, por pertinente que sea. Es sólo a través del trabajo, no sólo de los exegetas y semiólogos, sino principalmente de los periodistas, que el significado de Juan Pablo II puede alterarse. Los símbolos de Hitler y Stalin han sufrido una transformación a raíz del discurso imperante, pasando de políticos a demagogos, de guerreros a déspotas y más recientemente a criminales. 

A stand in Montreal, Canada
La evanescencia del significado no es, en efecto, sino una ilusión académica, por cuanto todo proceso de comunicación social requiere de significados absolutos, sean estos capitalismo, iglesia, revolución, desempleo, o Madonna, Spielberg, Hollywood, Shakira. La síntesis absoluta aparece como una tendencia innata de la mente, tal y como Kant lo describiera en su primera crítica: “Cada fenómeno [empírico] incluye una realidad diversa inmersa en percepciones singulares y dispersas que vienen al encuentro de la mente. Como resultado de su combinación, dichas percepciones en sí mismas se tornan una necesidad, por cuanto ellas carecen de ésta en su propio sentido. Hay en nosotros, por lo tanto, una facultad activa que sintetiza la realidad variada. La llamamos la facultad de la Imaginación, en tanto que a la acción inmediata que ejerce sobre las percepciones varias le damos el nombre de Aprehensión”. La labor del crítico de la razón consiste precisamente en no dejarse engañar por las síntesis absolutas de su Imaginación; símbolos como Dios y mundo han de ser revaluados y comprendidos no como conceptos, sino como imperativos de la razón. Dicha labor atañe, empero, casi exclusivamente al académico, quien si acaso cuestionará y reformulará su universo simbólico; ya Juan Vives confesaba en el siglo XVI que cultivaba la filosofía para no dejarse engañar. Sin embargo, tal y como Kant lo entrevé, el símbolo como pensamiento calcificado se manifiesta anterior a todo cuestionamiento. Más aún, la producción de símbolos sociales es necesaria, incesante e ineludible, incluso para el librepensador que elija el escepticismo, la misantropía o el aislamiento; Sócrates hubo de tomar la cicuta por cuestionar la justicia, le educación y la poesía, símbolos profundamente arraigados en la vida política de Atenas; Jesús de Nazareth y Juana de Arco corrieron el mismo destino al cuestionar las jerarquías y los rituales ; más recientemente, cierta amiga de Wittgenstein estalló en llanto el día en que, luego de comentar que alguien tenía suerte, el filósofo vienés le pidió con tono irritado que le explicase lo que ella entendía por “suerte”. 
El propósito de este escrito no es, por lo tanto, el de cuestionar una serie determinada de símbolos, sino el de comprender sus procesos: su necesidad, su génesis, su aceptación, su divulgación, su vigencia, su revigorización y declive.

Necesidad de los símbolos
En tanto los índices y los íconos son necesarios, todo símbolo es ficticio; los íconos e índices de la naturaleza tales como el sonido de la lluvia y la imagen del arco iris se imponen como necesarios. El lenguaje, por el contrario, se manifiesta como una construcción artificial; los pronombres personales son los símbolos más empleados del habla, precediendo a los verbos ser, estar y haber, y a la conjunción y. Dichos símbolos son en realidad innecesarios, como lo comprueban los esfuerzos de ciertos académicos estadounidenses por construir una lengua equitativa que ora elimine al género femenino de la lengua, ora lo incluya junto al masculino simultáneamente −a la luz del comentario de Derrida sobre la preponderancia del primer elemento en toda conjunción o comparación-; su significante puede ser alterado –cada idioma denomina al pronombre de la primera persona del singular de un modo diferente-, al igual que su significante –el sol, quien fue un dios para los primitivos, es ahora, predominantemente, un astro-.
El símbolo podría ser incluso eliminado desde un punto de vista práctico, utilitario y materialista; bastaría imaginarse una sociedad de hombres tan eficiente y mecanicista como la de las hormigas o las abejas.  
Un crepúsculo carecería de misterio sin su dimensión simbólica
Los heraldos de la utilidad denunciados por Adorno tienen parcialmente la  razón cuando denuncian la inutilidad del arte; todas las invenciones simbólicas de los artistas, desde Edipo hasta Godot son innecesarias para la supervivencia corporal. El poeta nórdico que denomina a la nave arado de los mares no es menos artificial que el político que simboliza a tres países como Eje del mal.  Nada más absurdo, no obstante, que menospreciar los símbolos en razón de su artificialidad; son ellos precisamente los que permiten al individuo su comprensión y participación dentro de una comunidad determinada. En tanto que la mayor parte de los animales están obligados a reconocer los íconos e índices propios al sol, al viento, al día y a la noche, sólo el hombre es capaz de conmoverse ante símbolos enunciados por el idioma como los términos amor, maldad, virtud y enfermedad.
La mayor contradicción de los materialistas radica, de hecho, en el uso de símbolos para cuestionar lo simbólico; su comportamiento es afín al de un hombre que grita que el lenguaje es innecesario para su supervivencia.
Reaccionando al discurso práctico-utilitarista imperante, Baudrillard hubo de contraponer en El Espejo de la Producción el valor simbólico -propio al arte-, al valor de uso y al valor de cambio promulgados por Marx. En su pequeña obra de teatro El Cuadro, Ionesco escenifica humorísticamente la imposibilidad de diálogo entre un artista y un hombre netamente práctico; un pintor trata de vender a un burgués un cuadro por diez mil francos; el burgués discute el valor del arte y el pintor se ve obligado a rebajar el precio de su obra paulatinamente, hasta llegar a cinco francos. El burgués se niega. Dado que el pintor no tiene dinero para llevarse el cuadro de vuelta a casa, le pide al burgués que le guarde su obra, a lo cual el burgués replica que le cobrará un monto diaria al pintor por el alquiler de la pared de su sala. Baudrillard no se percató, empero, del valor simbólico de la misma filosofía que enunciaba. La obra de Marx, que fue interpretada tras la caída de la Unión Soviética como un compendió de símbolos que alteraron las relaciones sociales por casi cien años: burguesía, plusvalía, valor de cambio, etc., es ahora revaluada como un estudio que revela las causas y futuro de la crisis económica que ahora padecemos.

Génesis y divulgación de los símbolos
Es el hombre quien crea los símbolos a partir de signos anteriormente establecidos. Los individuos que crearon el lenguaje fueron esencialmente hacedores de símbolos; quienquiera que haya llamado al punto luminoso del firmamento estrella, y al líquido de los ríos agua, no estuvo menos inspirado que el antepasado latino que fraguó los símbolos astrum y aqua. La creación de símbolos da cuenta de la importancia que tuvieron los poetas en las sociedades primitivas; ellos no sólo denominaban, sino que además establecían el significado de los símbolos. La guerra, tan necesaria a las sociedades antiguas, fue un símbolo que pertinentemente refería en su cadena significante a la virilidad, el valor y la excelencia, lo que da cuenta de las razones por las cuales Esquilo prefirió un epitafio que celebrase su participación en la batalla de Maratón a sus victorias en los festivales de Dionisos.  Los cuestionamientos que Platón formuló contra el teatro de Eurípides se debieron, a su vez, a los esfuerzos que éste hiciese por revaluar la guerra como símbolo que refiriera ya no a la virilidad sino a la esclavitud y al sufrimiento.
La filosofía se instaura así, al igual que la poesía, como una labor de revisión simbólica. A menudo el filósofo entabla una competición con el poeta por la creación de símbolos, a menudo reemplazándolo.  Símbolos como teología, consubstanciación y física fueron instaurados en liceos y academias. Su labor fue paralela a la de los hacedores de símbolos anónimos, lo que explica el porqué Aristóteles reevalúa e integra constantemente el saber popular en sus escritos.
La era de los poetas y filósofos como hacedores primordiales de símbolos llegó a su crisis con el advenimiento de la imprenta; los símbolos comienzan a ser formulados y reformulados, ya no por un grupo cultivado o  inspirado, sino por quienes tienen acceso a las nuevas tecnologías, esto es, por los mismos impresores, quienes paulatinamente se fueron convirtiendo en editores y periodistas.
La era de la imprenta alteró, o para ser más preciso, polarizó, símbolos firmemente arraigados como iglesia, nobleza y servidumbre. La caída de la monarquía francesa no puede concebirse sin los panfletos de Marat, asaz más influyentes que las ideas germinales de Rousseau y Montesquieu. Los Estados Unidos, a su vez, lograron su símbolo como nación en virtud de la síntesis absoluta de la palabra libertad. La guerra de secesión ocurrió principalmente como una batalla por la supremacía del universo simbólico de la libre empresa, el libre comercio y la libre expresión, contra los símbolos caducos del centralismo, la aduana y la moral bíblica. El periodismo escrito daría a su vez paso al periodismo radial, sin el cual no es posible a su vez concebir el auge del nazismo en la Alemania de la posguerra, y al periodismo televisivo, el cual sacraliza y prolonga el actual orden global.

Revigorización y destrucción de los símbolos
Pero son los medios, más que los periodistas, quienes generan, divulgan, revigorizan y destruyen los símbolos. La preponderancia de Shakespeare como símbolo literario sobre Eurípides, Dante y Cervantes, no responde a los méritos o desméritos de su obra, sino a la frecuencia con la cual su obra es celebrada en los medios de comunicación predominantes.
La importancia de cada símbolo se conmensura, en efecto, no por su grado de certeza, sino por su permanencia. Es su celebridad, más que su aproximación a la verdad,  la que determina la permanencia de cada símbolo. Paradójicamente, la síntesis absoluta propia a cada símbolo ha de variar constantemente, so riesgo de anquilosarse hasta caer en el olvido, esto es, de destruirse.
Bernard Shaw fue, sin duda, el artista más influyente de fin de siècle del mundo anglosajón; la historia de su declive puede ser conmensurada por el escaso interés que sus obras habrían de suscitar en círculos académicos. Su exceso, en el proceso de simbolización, fue el de escribir prólogos a sus obras, cohibiendo así a profesores universitarios de concebir nuevos significados a sus obras. Un destino contrario corrió la obra de James Joyce, quien al ser interrogado sobre el propósito de Finnegans Week, dijo que era una obra escrita para que los profesores de literatura escribiesen tratados incesantes, fin que ya había alcanzado en cierto modo tras la publicación de Ulysses. Joyce era lo suficiéntemente agudo como para percibir la preponderancia de fuerzas escolásticas en el mundo literario, pero fue su escritura oracular la que realmente lo condujo a elaborar sus símbolos literarios.
La moda, hermana de la muerte e hija de la caducidad, como escribió Leopardi, estructura el tejido social, consolidando símbolos casi ineludibles: desde los ídolos de pop hasta los asesinos suicidas de las Torres Gemelas, desde la parentela de la reina de Inglaterra hasta los antihéroes de las películas de Marvel Comics. En Le Fantôme de la Liberté, Buñuel se deleitó denunciando las paradojas de los procesos de simbolización; sus personajes, en efecto, ya no actúan motivados por su propia voluntad, sino por un afán de hacerse partícipes del universo simbólico en el cual han sido inmersos contra su voluntad. Los comensales que defecan en grupo mientras departen una conversación, son el reverso simbólico de la etiqueta de una cena, y como tal se afianzan en la mente del espectador.
Adorno, por otra parte, ya había vislumbrado la dimensión fetichista de la obra de arte, la cual acaba sobreponiéndose a su áurea o dimensión espiritual. Dicho fetichismo, no obstante, se hace necesario, por cuanto evidencia un proceso de simbolización que redunda en la revaloración de la obra artística.
El artista, por lo tanto, no puede supeditar su arte exclusivamente a las categorías inmanentes de su obra, tales como talento y creatividad; se hace necesario un conocimiento y una participación en los procesos de simbolización propios a cada
generación, aquellos que los surrealistas identificaron antaño con el escándalo y los miembros de la escuela de Frankfurt con la risa, propia a la industria cultural.

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