Saturday, February 28, 2015

¿Indio o hindú? Un caso de neocolonialismo lingüístico

El pasado mes de enero, en una entrevista con Vanguardia Liberal, me preguntaron si en español de decía “indio” o hindú” para referirse a los nativos de la India. Respondí que aquel era un ejemplo del neocolonialismo, fuerza paternal y anónima que cohibe al ex-colono del dominio de su propio idioma. “Indio”, de hecho, fue empleado por más de quinientos años como sinónimo de “indígena” en todos los países en que se hablaba español. Recientemente, a causa de la globalización, ha surgido la peregrina teoría de que el término correcto es “indio” y que “hindú” debe ser empleado solamente para quienes practican el hinduismo como credo. ¿Cuáles son las causas de esta repentina idea, tan ampliamente divulgada, incluso contra los preceptos de la Real Academia de la Lengua Española? El concepto parte de los mismos hindúes, quienes emplean en inglés el vocablo “Indian” para referirse a los nativos de la India y “Hindi” para referirse a quienes practican la religión hindú. Dado que el inglés es una de las lenguas oficiales de la India, empleada durante décadas de guerras de independencia, los indostanos distinguieron dichos vocables al punto que ya es una ofensa para un hindú del sur, esto es, un tamil, que lo llamen “Hindi” en una lengua que ellos consideran cuasimaternal. 



Las primeras críticas al uso de la palabra “hindú” en español parten comprensiblemente de los hindúes que estudian el español como un idioma derivado del inglés, supeditado a sus vaivenes lingüísticos. El creer que la semántica de dos términos idénticos en lenguas emparentadas es la misma en una y otra es una presunción que se presta a equívocos, y es muy generalizada incluso entre hablantes hispanohablantes. Alfonso Reyes nos habla de una guerra que impidió entre Argentina y Brazil durante su estadía en Buenos Aires como embajador de México, en razón de la confusión que se dio en la prensa por el término “apenas” : en tanto que “apenas” en español es sinónimo de “a duras penas”, en portugués significa “solamente” o "difícilmente”. “Apenas ganha eleições” es una hazaña presta a ser malinterpretado por hispanohablantes que acusan una burla en la victoria.


La causa principal de esta confusión deriva no tanto de las raíces latinas y griegas que mancomunan al castellano con el inglés, sino del neocolonialismo aún imperante en la India, en donde el inglés devino referente obligado de disputas lingüísticas entre las 19 lenguas oficiales del Indostán: si hay algo que corregir acuden a la lengua de Shakespeare -cual huérfano que acude a su madrastra-, empleándola literalmente, tal y como ocurre con el español de los puertorriqueños: “Vamos al mall”. 


En el español, a diferencia del inglés, es muy fácil distinguir términos con varias acepciones por su contexto. Así, por ejemplo, sabemos que en la frase anterior “español” no se refiere a alguien oriundo de España, sino a un idioma de la península ibérica. El castellano es, por lo demás, como el francés, una lengua de análisis, rica en adjetivos sustantivados: “No todos los hindúes son vegetarianos, sólo quienes practican el hinduismo”. 


Decir “tengo varios amigos indios” es, por lo tanto, academicista en un continente en donde los indígenas aún se refieren a sí mismos como “indios”. ¿Y que ocurre si la globalización nos obliga a distinguir ambos términos como ocurre en la India? En tal caso valdría más emplear el término “hindi” para referirse al practicante de la religión hindú. Un neologismo con seguridad tendrá mejor fortuna que una corrección aparatosa, si acaso humillante, por no decir confusa, sobre millones de parlantes.

El mismo razonamiento se aplica a "India" sobre la India, una transliteración del inglés que sacrifica el artículo castellano. Tal es la presión de los internautas que la RAE acepta hoy por hoy ambas acepciones. 

Otro dilema lo plantea la semántica despectiva que el vocablo “indio” conlleva, hasta el punto que los intelectuales prefieren hablar de “indígenas”. La acción afirmativa ataca estos vocablos, llegando incluso a prohibirlos, tal y como sucedió con “nigger” en los Estados Unidos. La práctica ha demostrando, sin embargo, que las palabras condenadas adquieren un uso más fuerte en las mazmorras del insulto.